Diario de un inmigrante: Se busca una tablet

La honradez en un parque: “Bonjour, encontré una Tablet LG en este parque. Si le pertenece, llámeme a este número por favor”.

Por Carlos Bracamonte

Estoy a punto de llamar por última vez al teléfono de Walmart. Quizá ahora sí me digan que alguien encontró mi nueva tablet Samsung Galaxy que extravié allí hace una semana. Doy fe que en este país devuelven las cosas perdidas.

Había ido de compras rutinarias. Al culminar cargué las bolsas con apuro. No había terminado de sacar las cosas del carrito del supermercado cuando un hombre barbudo, robusto y entrado en años (el recuerdo se me hace borroso) se acercó a mí como enviado por algún mal agüero, tomó el carrito que utilicé y lo empujó por la derecha con el ademán de entrar a Walmart. Yo salí hecho un cohete rumbo a la calle para coger el primer bus; y apenas avancé unos 20 metros grité para mis adentros: “¡qué estúpido, olvidé mi tablet!”. La había dejado durmiendo en el compartimento pequeño del carrito. Así es que regresé con la desesperación de un perro perdido.

Entré a la tienda y a cinco metros divisé a un sujeto que me pareció el hombre que cogió el carrito y corrí a preguntarle si la había hallado. No, no encontré nada, amigo. Regresé a la puerta con el rostro descompuesto; recorrí cada pasadizo de la tienda y no vi nunca al infausto individuo que buscaba. Fui a la sección de servicio al cliente y notifiqué mi angustia. La joven afroamericana que me escuchó enhuevó los ojos y abrió la boca en una creciente o. Puso una mano en su pecho de collares y lanzó dos veces: “Oh, my God! Oh, my God! Señor, preguntaré al responsable de seguridad. Déjeme su teléfono y si alguien la devuelve, le llamaremos”. Agradecí su limosna y volví a la puerta a preguntar a todos los clientes que salían de la tienda si la habían encontrado. Negativo. Observé bolsos de clientela como agente migratorio. Sospeché de ancianas endebles; sudé de puro nervio. Negativo. Otra afroamericana, vigorosa y conmovida por mi historia me lanzó otro “Oh, my God!” seguido de un bíblico “Jesus Christ!.. Ten confianza, muchacho, quizá alguien bueno te la devuelve, aunque en estos tiempos no lo creo”.

El jefe de seguridad me preguntó a qué hora había ocurrido el hecho. En la factura decía que yo había pagado a las 10:55 am, así que debió suceder cinco minutos después. “Veré la grabación y le aviso”. Y yo seguí en la puerta dando pena. Hasta que volvió el de seguridad para decirme que “sí, mi amigo, en el video se le ve a usted cuando se va apurado, pero el hombre que cogió el coche no entró a la tienda; se fue, se fue por la izquierda con dirección al estacionamiento. Parece un hombre viejo. La imagen no es clara así que no puedo reconocerlo. Mucha gente coge los carritos y se los lleva, es costumbre”.

Ni bien terminó su reporte arranqué hacia el estacionamiento… Y nada.

Cuando llegué a Montreal me sorprendió ver tirados en las veredas, en el metro, en alguna banca del parque: sombreros, bufandas, guantes, chaquetas, que en mi país, por lo general, no habrían durado ahí ni 10 segundos. Un amigo me aseguró que en esta tierra del frío no es costumbre coger lo que no es de uno y, si recuerdas que olvidaste algo y regresas, a ojos cerrados encuentras lo perdido donde lo dejaste o acaso un alma de Dios te lo devuelve. Así le pasó a mi amigo Osquitar que el verano pasado cogió su bicicleta y enrumbó hasta Laval para participar en una carrera. Distraído y dichoso por la marea de bellezas en short, Osquitar pedaleaba embelesado y fuera de este mundo imaginando que así lo recibirían San Pedro y su coro celestial. Y cuando la carrera acabó, ya en la meta notó que su moderno celular inteligente no estaba más en el bolsillo. “¡Se me cayó en algún momento, soy un idiota!”. Yo llamé a su número telefónico a la mañana siguiente y una mujer me contestó afirmando que tenía el aparato en su oficina de la biblioteca de Laval. Avisé a Osquitar que de inmediato llamó a su teléfono; mas la mujer no volvió a contestar y el aparato estuvo apagado por varios días. Se habrá arrepentido, pensamos. Después de tanta insistencia, un último intento: timbró el celular y, al fin, se escuchó la voz francesa de la honradez al otro lado de la línea. “Venga, que aquí lo espero y se lo doy”. Osquitar recobró la confianza en la especie y en pocas horas ya tenía devuelta su juguete en las manos.

Oiga, joven, espere: una cosa es perder unos guantes, un sombrero, unas llaves y hasta un celular, y otra muy diferente una tablet Samsung Galaxy magnífica. Es verdad. Sólo me resta parafrasear lo afirmado por otro amigo: si pudiese pedir un milagro, no rogaría encontrar mi tablet, porque entonces ya no sería milagro, sino un abuso de confianza.

Ayer en un parque soleado, pegado en una banca había un aviso escrito en francés que es la fotografía de esta historia: “Bonjour, encontré una Tablet LG en este parque. Si le pertenece, llámeme a este número por favor”.

Alma piadosa, te irás directa al cielo.

Una mínima ilusión se aferra y, antes de sucumbir, me impulsa. Después de todo, aquí la gente parece honrada. Me encomiendo a la virgen, cojo el teléfono y marco el número de Walmart, a ver qué pasa.

Publicado originalmente en NM Noticias


Carlos Bracamonte es periodista, agente en temas comunitarios e inmigratorios, especialista en gestión de proyectos y responsabilidad social empresarial. Ha publicado una columna sobre historias de inmigrantes en NM Noticias. Es editor de la revista Hispanophone de Canadá. Lea más artículos del autor.